Crónica de un país en decadencia
Los años pasan y las generaciones también. Los nombres propios de los políticos quedan en el olvido o, en el mejor de los casos, en un relato nostálgico por algún hecho que mereció destacarse en su momento (generalmente para mal). Pero hay una característica que se mantiene inalterable en la historia reciente de la República Argentina, porque de ella y sus habitantes se trata: el persistente movimiento pendular de su existencia política y social.
De izquierda a derecha (si aún se pueden utilizar estas etiquetas), de populismo a populismo, de estribor a babor, el barco nunca encuentra quien mantenga medianamente equilibrado el timón para que los 46 millones de pasajeros no arrojemos las tripas -y parte de nuestras vidas, sueños y proyectos- en los bandazos que, además, cada vez se producen con mayor frecuencia.
Como si ello no bastara, los que cargamos con varias décadas en las espaldas también habíamos convivido con capitanes militares a cargo del barco, quienes hartos de los políticos pendulares creyeron ser la solución para el mareado país, no escatimando “recursos y metodologías” para llevar a cabo sus “recetas”. Más péndulo, pero sin respetar la Constitución y con sangre en sus manos. Nuevos fracasos, pero con charreteras.
“La Argentina es un país que se despedaza al pedo, donde la institucionalidad no vale un carajo” (José “Pepe” Mujica, expresidente de Uruguay).
A vuelo de pájaro pueden enumerarse, seguramente con olvidos involuntarios, los más diversos enfrentamientos que poblaron nuestra larga historia: unitarios-federales, colorados-azules, peronistas-radicales, liberales-conservadores, pañuelos celestes-pañuelos verdes, súper estado-solo el mercado, bilardistas-menottistas, porteños-provincianos, amigos de China-Rusia-Cuba-Venezuela-Nicaragua vs amigos de EEUU-Ucrania-Reino Unido-Israel. Y siguen los rótulos.
Y así pasaron y siguen pasando las décadas. Cambió el siglo, el milenio, y cuando los mayores miramos el presente y giramos la mirada hasta donde llega la memoria, nos preguntamos ¿por qué? ¿nunca un poquito de equilibrio? ¿imposible algo de previsibilidad? ¿será algo genético de nuestra sociedad?
De frustración en frustración
El retorno de la República
Después de una sangrienta y reiterada dictadura (en su momento anhelada por muchos), que además de miles de desaparecidos, incluyó una impensada guerra, buscada como “tabla de salvación” del régimen. La decadencia y el fracaso militar en dicha contienda (con el costo de más de 600 muertos argentinos), posibilitó el retorno al sistema democrático.
“Felices Pascuas. La casa está en orden” (Raúl Alfonsín, en Semana Santa de 1987, una vez sofocado el alzamiento militar encabezado por Aldo Rico).
Con la lógica euforia por la reconquista de “la normalidad”, el primer gobierno del ciclo se destacó por el juicio y la condena de aquellos dictadores (hecho admirado y destacado en todo el mundo) y por la reinstauración y defensa de las instituciones democráticas. En la campaña proselitista del centenario partido radical, su candidato pregonaba que “con la democracia se come, se cura y se educa”, pero lamentablemente la economía, una vez más, no acompañó en la lista de aciertos, con una devastadora hiperinflación en los meses finales del mandato, por lo cual debieron adelantarse seis meses las elecciones.
Un Presidente liberal y farandulero
Con la llegada de un representante de un signo completamente opuesto (péndulo al otro extremo, el peronismo), también fue absolutamente diferente el programa de gobierno encabezado por un caudillo y gobernador riojano, quien en un rapto de sinceridad llegó a confesar que, si hubiera anunciado lo que iba a hacer, nadie lo hubiera votado (increíblemente textual).
[Como no podía ser la excepción, en la Argentina la cátedra gastronómica también se filtró en la política: primero fue la extraña combinación de pizza con champagne, después apareció la novedad del sushi y por último alcanzó notoriedad el cordero patagónico.]
Prometió un salariazo, poder bañarse y pescar en el Riachuelo, y vuelos de apenas dos horas a oriente por la estratósfera, al tiempo que aseguraba haber leído las “obras de Sócrates”, mientras violaba las normas de velocidad máxima al mando de una Ferrari, jugaba al fútbol y al básquet con las selecciones nacionales, y se desvivía por fotografiarse con importantes figuras artísticas internacionales y de cabotaje, varias de las cuales lo definieron como “un hombre seductor”.
“Síganme. No los voy a defraudar” (Slogan de Carlos Saúl Menem en 1989).
Casi al final de su primer mandato convino con el líder radical una reforma constitucional que le permitió encadenar 10 años de gestión, merced a una reelección ganada sobre los frutos de la Ley de Convertilidad ejecutada por su célebre ministro de Economía (Domingo Cavallo y la ilusión de que 1 peso era igual a 1 dólar) y el voto cuota, entre otras «delicias» que la sociedad disfrutó creyendo que eran gratis y para siempre.
Ejecutó masivas privatizaciones de ineficientes y deficitarias empresas del Estado y una indiscriminada apertura de la economía, acciones que trajeron modernización y mejoras en muchos aspectos de la vida cotidiana, pero también profundos costos en el plano laboral y productivo nacional, con aumento del desempleo y la desaparición de miles de pequeñas y medianas empresas, con el acompañamiento de la corrupción en diferentes niveles y en connivencia con el sector privado.
Fue mucho peor que ser aburrido
Como era de esperar, agotado el modelo vigente durante una década (se ironizaba que se habían agotado las joyas de la abuela para vender), y sin hacer los cambios estructurales que el momento imponía, el péndulo volvió a decir presente y retornó el signo político anterior. Una alternancia que a priori podría aparecer como saludable y esperanzador, pero que mostró un nuevo y estrepitoso fracaso económico (con aquel mismo Cavallo en el ministerio), junto con una notoria debilidad política (al año de gestión renunció el vicepresidente «Chacho» Álvarez por sospechar hechos de corrupción) , de confianza y de conducción, que derivó en una grave crisis social, con la muerte de una treintena de ciudadanos en lamentables enfrentamientos callejeros con fuerzas de seguridad.
“Dicen que soy aburrido, quizá porque no manejo una Ferrari”
“El 2001 será un gran año para todos ¡Qué lindo es dar buenas noticias!”
(Fernando de la Rúa).
La tormentosa huida de un gobierno que apenas pudo cumplir la mitad de su mandato, obligó a activar los mecanismos constitucionales y nombrar gobernantes de transición, quienes durante diecisiete meses enderezaron con bastante éxito el rumbo económico, para luego llamar a elecciones.
“La Argentina está condenada al éxito”
“El que depositó dólares, recibirá dólares”
(Eduardo Duhalde, ante la Asamblea Legislativa, enero 2002).
Los pingüinos al poder
En las elecciones, celebradas en el cuarto año del nuevo milenio, intentó retornar al poder aquel caudillo del norte argentino, pero ya había pasado su tiempo de gloria, por lo que el péndulo viró bruscamente hacia el sur del territorio, llegando al gobierno un mandatario patagónico, quien junto a su esposa enhebraron tres períodos presidenciales consecutivos.
“¿Qué te pasa Clarín, estás nervioso?
“Siempre miren lo que hago, no lo que digo”.
(Néstor Kirchner)
Luego de un primer ciclo exitoso en lo económico, ayudado, es justo decirlo, por la tarea realizada por la gestión precedente, con el tándem Remes Lenicov/Lavagna en la macro y en la microeconomía, y por el favorable contexto internacional, su esposa lo sucedió en el cargo, que ostentó durante dos períodos seguidos, con el inesperado fallecimiento de su marido casi al concluir el primero.
[En las últimas dos décadas se puso de moda la grieta, un fenómeno que muestra las diferencias políticas entre dos veredas (explotada reiteradamente por diversos partidos), con enfrentamientos que lamentablemente alcanzaron ribetes de agresividad inusitados en vastos sectores de la sociedad, provocando inclusive rupturas irreconciliables entre familiares y amigos].
En esos ocho años de gestión hubo claroscuros en materia económica, con un marcado deterioro en el último período, donde siempre la culpa estaba fuera del Gobierno, aplicando un relato basado en la gastada estrategia de crear enemigos para desviar la atención sobre la realidad subyacente, plagada de numerosos hechos de corrupción (muchos de ellos hoy en procesos judiciales), desde lo más alto de la pirámide gubernamental, hasta los estamentos menos encumbrados de las gestiones municipales, provinciales y nacionales, durante doce años consecutivos.
“Sólo hay que tenerle miedo a Dios, y a mí un poquito”.
“Debo ser la reencarnación de una gran arquitecta egipcia”.
(Cristina Fernández de Kirchner).
Sumado a todo ello, se afianzó una política judicial garantista inspirada en el cortesano Eugenio Zaffaroni, al tiempo que la inseguridad crecía en cada rincón del país, con una violencia e índices de criminalidad inéditos y mayormente impunes, que aún hoy, aunque en menor intensidad, sigue siendo una de las principales preocupaciones de la sociedad.
El mejor equipo en 50 años
Obviamente, después de ello “se imponía un cambio”, y el mismo lo propuso un joven partido, exitoso en la Capital Federal y conducido por un ingeniero con experiencia en el mundo futbolístico. En sociedad con otros partidos tradicionales, que contaban con mayor recorrido y cobertura territorial, logró imponerse en las elecciones generales gracias al triunfo en las principales provincias del país.
“Quiero que se me evalúe por haber bajado la pobreza definitivamente” (Mauricio Macri al iniciar su gestión).
Los primeros dos años de gobierno mostraron notables mejoramientos en el respeto de las normas institucionales, en la política exterior y, en menor medida, en lo económico. Se aseguraba que estaba en acción el mejor equipo de los últimos 50 años, pero en la segunda mitad de la gestión comenzaron los derrapes en la economía. Según la autocrítica, por haber hecho los cambios de manera gradual y por las trabas puestas por la oposición. El vago argumento fue: “veníamos bien, pero de golpe pasaron cosas” (¿).
Todo terminó con un desesperado pedido de auxilio al Fondo Monetario Internacional, que otorgó el mayor préstamo de su historia a un país, por alrededor de U$S 45.000 millones, seguramente buscando que no volviera al poder el populismo de pseudoizquierda ya fracasado. Todo eso no alcanzó para restituir la confianza perdida en la gente y en los actores de la economía, y los tiempos electorales agravaron las ya inestables expectativas, que se confirmaron con una amplia e inobjetable derrota.
Volvieron peores
La agotadora alternancia volvió a poner en el pedestal del poder al tradicional partido popular con su diezmada vertiente patagónica, pero con la sorpresiva coronación de un mediocre funcionario de la primera gestión justicialista de comienzos de siglo/milenio, acompañado por la misma viuda que ya había ocupado prácticamente todos los cargos de importancia en los estamentos del poder.
Pequeño Fernández ilustrado:
“Cristina es cínicamente delirante” (febrero 2015).
“No tengo ganas de que haya un títere en la Rosada y el poder en Juncal y Uruguay” (11-5- 2019).
“No dudé, le contesté en el acto que estaba dispuesto a aceptar la candidatura” (19-5-2019).
“Cristina y yo somos lo mismo” (octubre 2019).
“El viernes arranca la guerra contra la inflación” (2022).
Nuevamente con la corrupción como acompañante incondicional, inclusive con las vacunas y las normas para combatir la devastadora pandemia del Covid, transcurrieron cuatro años casi intrascendentes en el contexto histórico, con un presidente inoperante, maleable, contradictorio, pusilánime y por momentos totalmente ausente. Las promociones y declaraciones sostenían que habían vuelto “mejores”, pero solo fue un slogan más de campaña.
“Mi querida Fabiola convocó a un brindis que no debió haberse hecho” (Alberto Fernández, julio de 2020, con máximas restricciones por la pandemia de Covid).
Hoy, a menos de un año de haber dejado el poder, ese presidente, sustentado en su pasada y secundaria experiencia como jefe de gabinete, y en su “distinguida” condición de profesor de derecho penal (cátedra ya caída por falta de inscriptos), es protagonista de fotografías y videos grotescos que le valieron las primeras planas de los medios del planeta, siendo investigado por hechos de corrupción y violencia de género (contra su propia pareja), esta última una de las banderas de lucha más preciadas por su partido, hoy manchada sin remedio y expuesta fácilmente a la crítica despiadada de los detractores del progresismo, muchos de ellos en distintos cargos del gobierno.
Sobra corrupción, falta educación
A esta altura del recorrido es justo reconocer que los pasajeros de este navío también contribuimos para que el oleaje sea intenso, alto, violento. Seguramente con sobrados fundamentos, hartos del fracaso de la política para encauzar mínimamente un rumbo razonable. Y el condimento principal para llegar a ese hartazgo fue y es, sin dudas, el ya incalculable cúmulo de hechos de corrupción, cada día más extendidos a diversos ámbitos, no solo al político, ya que también se encuentran malos ejemplos en actitudes simples y cotidianas de nuestra sociedad. No es bueno generalizar, seguramente existen honrosas excepciones de dirigentes con las manos y el pasado limpios, pero esa virtud, justamente, suele ser la que no les permite llegar a funciones donde servirían para corregir el contaminado presente.
Una corrupción que se percibió crudamente en los extremos del péndulo político, a veces solamente diferenciada por matices, por estilos para concretar los atracos: los más torpes y groseros, por ejemplo, arrojando bolsos repletos de dólares por encima de muros eclesiásticos o intentando esconder millones de la misma moneda en cajas de seguridad de sus hijos; los más sutiles y supuestamente inteligentes, mediante licitaciones hechas a medida de sus empresarios amigos o aplicando blanqueos para favorecer a sus propias familias, entre otros. En suma, corrupción al fin, de todas las formas y colores, conforme a la evolución de los tiempos y el ingenio de sus autores. Cambian y evolucionan las maneras, los métodos, a veces los ejecutores, pero sigue su curso el objetivo recaudador.
“Llama la atención que los argentinos ayudan al delincuente a escapar, siendo común sobornar a los funcionarios” (Charles Darwin, científico y naturalista inglés)
Y mientras nos golpeamos de banda a banda, en el camino van quedando hechos trizas logros del pasado que difícilmente recuperaremos en el corto plazo. Porque además de las pérdidas materiales (el péndulo también se verifica en las cambiantes reglas de la economía), que también aparentan de compleja recuperación, la decadencia en la educación es un pasivo que llevará décadas, generaciones completas revertir, si es que alguna vez se logra.
La (¿clase?) política, en su mayoría de escasísimo nivel intelectual, concentra sus prioridades en tópicos efectistas que reditúen votos, con encendidas arengas y promesas que saben, generalmente, no podrán cumplir (por eso casi nadie resiste un archivo). ¡Qué importa! ¡Los votos y a otra cosa! ¡Después se verá!
“Los argentinos tenemos un afán de pasar por inmorales antes de que se nos tome por zonzos” (Jorge Luis Borges).
Su alarmante miopía, o su perversa conveniencia en muchos casos, no les permite ver que en la dramática falencia educativa en grandes sectores de nuestra sociedad está el origen de muchas de las penurias actuales. Indudablemente, para muchos una perversa ventaja electoral al momento de solicitar el voto. No olvidar que al hablar de educación se debe aplicar aquello de “sembrar para cosechar”, y eso se parece bastante a lo que se denominan “políticas de Estado” (las que demandan tiempo), un capítulo extraño, casi desconocido para la dirigencia política doméstica. Y fundamentalmente porque si se dignaran a su implementación, los tiempos de realización no lograrían que ellos mismos fueran los exitosos protagonistas de los frutos alcanzados, algo impensado en su voraz y miserable ambición.
Patear el tablero y buscar algo nuevo, desconocido.
Cansada de los fracasos y de los de siempre, la mayoría de la sociedad encontró una alternativa al frustrado “que se vayan todos”, que hace años pareció un grito de guerra. Tras cuatro décadas decadentes política, económica y socialmente, ante lo malo recontra conocido y padecido, el votante eliminó a las figuritas repetidas y se inclinó por algo incierto, pero ¿prometedor? Para ello apoyó a un personaje mediático (comenzó como panelista televisivo), con conocimientos de economía, disruptivo, con verbo agresivo (frecuentemente irrespetuoso y hasta con arranques de adolescente) y rasgos de mesianismo, deslumbrante para los productores televisivos pendientes del rating minuto a minuto y con propuestas supuestamente revolucionarias ante los libretos fallidos durante décadas.
Reconozcamos que son condimentos atractivos no solo para los jóvenes, que en gran número lo apoyaron, sino para buena parte del electorado en general, que conjugó el hartazgo ante el eterno fracaso de lo conocido, con un mensaje y envoltorio esperanzador como hacía tiempo no se veía. Suficiente combo para patear el tablero, ante la perplejidad de “la política tradicional” y de numerosos analistas, politólogos y periodistas, que con muchas batallas vividas en sus carreras “no lo vieron venir”.
“Los Kirchner, una patota. Menem, un mafioso y ladrón. Los radicales, buenos tipos, pero unos nabos. Milei, un trágico personaje que tergiversa la palabra libertario” (José “Pepe” Mujica).
Y así llegó a la Presidencia (“de carambola” según él) alguien con escasa experiencia en política (apenas dos años como diputado nacional) y verborrágico en sus intervenciones, especialmente en las referidas a la economía y a la historia económica universal, a tal punto que ya se postuló para el Nobel de la disciplina. Desde hace un tiempo en el mundo están de moda y se los llama “outsider”, que vienen de fuera de la política, sin antecedentes ni experiencia en la materia.
Si bien ganó contundentemente en el balotaje (56%), la cosecha previa en las generales no fue tan prolífica, por lo que debe gobernar con marcada minoría legislativa. Suele compensar esa falencia con decretos y amenazas sobre otras herramientas utilizables para lograr sus objetivos.
En los comienzos de su gestión marcó trazos gruesos del rumbo de su gobierno. A decir verdad, todo fervientemente explicitado en su campaña. El que avisa no traiciona, algo no habitual en los políticos. Asimismo, y probablemente el tiempo demostrará que con innecesaria premura, definió a sus principales enemigos dentro y fuera del país: denostó a “la casta” (clase política), a “las ratas del Congreso” (legisladores), al Papa, a China, a Francia y a los gobernantes de Brasil, México y Colombia, entre los más importantes.
Transcurridos los primeros meses de gestión, el “ex outsider de la política” también muestra un marcado encono con la mayoría de los periodistas que informan y opinan sobre hechos de actualidad (también vapulea a todos los economistas que no aplauden sus medidas). Agrede y acusa sin distinción a los comunicadores, tildándolos de corruptos por recibir pauta publicitaria o directamente de “ensobrados”. Pareciera que sus profundos principios libertarios quedan a un lado cuando deben aplicarse a la libertad de expresión. ¿O se anticipará con aquello de “que no hay mejor defensa que un buen ataque”?
Pequeño Milei Ilustrado:
“El Papa es el representante del maligno en la tierra”.
“Asesinos de pañuelos verdes”.
“La venta de órganos es un mercado más”.
“Estoy a favor de la libre portación de armas. Le quita al Estado el monopolio de la violencia”.
“El cáncer de la humanidad es el socialismo”.
“El triunfo en la guerra no viene de la cantidad de soldados, sino de las fuerzas del cielo”.
Pero el paso del tiempo y las necesidades de la realidad lo obligaron a cambiar, apartarse de algunos de sus principios y pactar con los legisladores, disculparse y abrazar al Papa, renegociar la deuda con China, obligando a un bautismo de fuego a destajo a su novel canciller, quien varias veces también tuvo que pedir disculpas y aclarar que “no era lo que parecía ser”.
Al mismo tiempo, y ante los primeros logros alcanzados (importante baja de la inflación del 25% al 4% mensual), definió a su ministro de economía como “el mejor de la historia”, (el mismo al que en 2018 había calificado “como el desastre personificado y culpable de la mayor fuga de capitales de la historia”, al responsabilizarlo por el préstamo del FMI por U$S 45.000 millones).
Claro que dicho logro, como siempre ocurre, tiene sus costos: fuerte caída del Producto Bruto Interno (5,1% en el primer trimestre 2024), aumento del desempleo al 7,7% (1,7 millones de personas, 280.000 más entre enero y marzo del 2024) y, consecuentemente, crecimiento de la pobreza, del 44,9% al 48,3% en los primeros tres meses del año, (de 19,4 a 22,6 millones, de los cuales 5,5 millones son indigentes), con 3,2 millones de nuevos pobres en tres meses. Rubros que, es justo reconocer (a excepción de la desocupación), venían en constantes deterioros en los últimos diez años.
Todos estos costos se originaron en un violento y siempre postergado ajuste que permitió alcanzar el imprescindible (y pocas veces logrado) equilibrio fiscal. Algo tan elemental (menos para los políticos) como no gastar más de lo que genuinamente ingresa. El problema radicó en que se llevó a cabo con “los atributos de un elefante en un bazar”. Como el gradualismo en su momento no funcionó, vamos por el shock, justificaron. Otra vez: todo anunciado por el nuevo inquilino de la Casa Rosada en su intensa y apasionada campaña presidencial, así como también en los debates protagonizados por los candidatos a la máxima magistratura. Sin motivos entonces para sorprenderse o sentirse engañado.
Pese a todo lo descripto, la esperanza mencionada se mantiene vigente en gran parte de la sociedad, fundamentada en que el doloroso y sacrificado presente es el único camino para alcanzar un país normal y en desarrollo, donde los pésimos datos socioeconómicos exhibidos desde hace años y vigentes aún hoy (algunos insinuando mejoras en este segundo semestre), puedan ser revertidos y queden solamente en la estadística histórica de un país pendular que, de una buena vez, pueda exhibir al mundo la solidez y el crecimiento económico que la sociedad ansía y merece de manera definitiva.
Finalmente, y si de deseos se trata, la moderación política y el equilibrio emocional serían dos condimentos valiosísimos para que algún día la Nación se convierta en el reino de la estabilidad.
¡Que así sea, aunque yo no lo vea!
MB
Agosto 2024.